Bajo el lema “Nuestros océanos, nuestro futuro” se reúnen gobiernos, organizaciones, academia, ciencia, IP y filántropos en Nueva York.
Más que una simple aspiración, conservar y utilizar en forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible es una verdadera preocupación en los más altos círculos gubernamentales del mundo.
La Organización de las Naciones Unidas comparte la inquietud por lo que sucede en torno al 70.8% de la superficie del planeta: los océanos, que contienen el 96% del agua de la Tierra y que, junto con sus recursos, constituyen el verdadero pilar de la vida. En el contexto del Día Mundial de los Océanos que se celebra el 8 de junio, acorde con la resolución 63/11 tomada el 5 de diciembre de 2008, la ONU convoca a los países miembros a participar en la Conferencia Oceánica de Alto Nivel que se llevará a cabo en Nueva York, del 5 al 9 de junio próximos, para analizar las vicisitudes, compromisos y logros sobre ese álgido punto de la agenda global.
El lema conmemorativo “Nuestros océanos, nuestro futuro: alianzas para la implementación del Objetivo de Desarrollo Sostenible 14”, anuncia un ejercicio de tal importancia que la ONU no solo convoca a los representantes de las 193 naciones miembro, sino también a las organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil, así como a las filantrópicas; instituciones académicas, comunidad científica, sector privado y otros actores interesados en lograr que la actual generación humana sea capaz de utilizar la riqueza marina para satisfacer sus necesidades sin cancelar para las generaciones futuras la satisfacción de las suyas.
Ambicioso es el reto que se ha fijado la humanidad: encontrar el equilibrio entre la demanda de los variados servicios ambientales que ofrecen los 362 millones de km2 de mares y océanos del planeta, y la conservación de la diversidad y productividad de esos ecosistemas a lo largo del tiempo. Los seres humanos dependemos de los océanos porque regulan el clima, aportan más de la mitad del oxígeno que respiramos y son económicamente importantes para desarrollar el comercio, el turismo y la pesca y aprovechar otros recursos marinos como fuente de ingresos.
En la parte luminosa de esta historia, océanos y mares presentan un enorme espacio para el desarrollo de la vida; se calcula que el 65% de las especies de fauna conocidas en la Tierra, exceptuando los insectos, son marinas.
La parte oscura del relato la protagoniza el ser humano, ejecutante de actividades que originan el deterioro de esas inmensas masas de agua mediante el cambio climático, fenómeno antropogénico global de mil caras que calienta los mares y aniquila los arrecifes de coral y otras comunidades marinas; el 80% de la contaminación marina se genera en tierra firme por aguas residuales negras y grises, principalmente agroquímicos que derivan en los mares por la desembocadura de los ríos, lo mismo que la basura (artes de pesca, plásticos, maderas industrializadas y otros); la sobreexplotación que ocasiona la pérdida de especies biológicas, aun de las prioritarias para la conservación, como los tiburones que juegan un papel fundamental en la cadena alimenticia pero son depredados hasta ponerlos en distintas categorías de riesgo.
Nuestra dependencia de esos ecosistemas es ineludible aun cuando no seamos residentes de las costas o navegantes de los océanos, y la riqueza de México en este ámbito es colosal: 11,122 kilómetros de costas (7,828 en el Pacífico y 3,294 en el Atlántico y Mar Caribe), una superficie territorial (insular y continental) de 1,964,375 km2, además de jurisdicción sobre 3,149,920 km2 de mar territorial y Zona Económica Exclusiva (ZEE).
Situada más allá del mar territorial pero adyacente a este, la ZEE de México, comprende una distancia de 370.4 km mar adentro y en esa franja el país ejerce derechos de soberanía para fines de exploración y explotación económica que permite a los barcos mexicanos circular libremente con fines de transporte o para aprovechar los recursos naturales.
Sin embargo, la salud de los océanos del planeta está en estado crítico pese a su contribución vital en la erradicación de la pobreza, la seguridad alimentaria mundial, la salud humana y el desarrollo económico, y de constituir un freno al cambio climático. Los océanos, mares y costas están cada vez más amenazados, degradados o destruidos por las actividades del hombre, y se limita más y más su capacidad de proporcionar su apoyo, crucial, a nuestros ecosistemas.
A los principales riesgos ambientales: pesca desmedida, basura y desechos, zonas muertas y acidificación de las aguas, se suma el aumento de la presión sobre los ecosistemas costeros y marinos por el crecimiento de las comunidades que ejercen mayor presión sobre sus recursos, por ejemplo, una sobreexplotación del 30% de las pesquerías en general y la total explotación del 50% de ellas. Los hábitats costeros han perdido aproximadamente el 20% de los arrecifes de coral y e otro 20% se encuentra degradado.
Anualmente, los deshechos de plástico matan un millón de pájaros y unos cien mil mamíferos marinos. Se calcula que el 80% de la polución marina procede de actividades que se realizan en tierra. Los principales riesgos ambientales, pesca desmedida, basura y desechos, zonas muertas y acidificación de las aguas, impactan más a los grupos vulnerables de las comunidades y los países costeros, como las mujeres, los niños, los ancianos y los indígenas, que tienen una gran dependencia de los océanos y sus recursos marinos.
Por todo ello, la Conferencia Nuestros Océanos (Valparaíso, Chile, 2015) propuso un Plan de Acción en cuatro rubros principales: pesca sostenible, contaminación marina, acidificación de los océanos y Áreas Marinas Protegidas.
México destaca positivamente en el cuarto punto al contar con 91 millones de hectáreas protegidas: 70 de ellas abarcan zonas marinas, ya que en 2016, en el marco de la 13 Conferencia de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica (COP13), el gobierno de la República decretó cuatro reservas de la biósfera, tres de ellas marinas: Caribe Mexicano, Pacífico Mexicano Profundo e Islas del Pacífico de la Península de Baja California, y triplicó así el territorio nacional bajo esquemas de protección.
Con los recientes decretos de reservas marinas, México se adelantó al cumplimiento de la Meta 11 de Aichi del Convenio de Diversidad Biológica, el cual estipula que, cuando menos el 17% de las zonas terrestres y de las aguas interiores, y el 10% de áreas marinas y costeras de un país, deberán ser conservados por medio del sistema de áreas protegidas. Al contar con el 22.5% de su territorio marino como área natural protegida, México se sumó al reducido grupo de naciones que reportan avances en el cumplimiento de esa meta antes del 2020.
La Conferencia Oceánica de Nueva York busca un cambio para revertir el declive de la salud de nuestros océanos para la gente, el planeta y la prosperidad, y se enfocará a encontrar soluciones que involucren el compromiso de todos. Por consenso, adoptará una declaración concisa y lanzará una convocatoria de acción para apoyar el logro del Objetivo 14 del Desarrollo Sostenible.