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Recordando a Doña María Ninfa

-VIII-
*Fin de semana luctuoso por Doña María Ninfa Villa Viuda de Viveros.
Hay una expresión muy socorrida, sobre todo, por la burocracia: ¡Gracias a Dios, es viernes!. No sé el origen, aunque me gustaría saberlo, pero parece que también es el nombre de una canción en idioma inglés.
Lo cierto es que como a muchos, nos da tanto gusto ver llegar el viernes, porque significa tomar carretera y reencontrarnos con nuestra familia, así, con ese gusto esperamos que llegue el viernes, porque además, le siguen sábado y domingo que son días de asueto. Así lo pensaba cuando salimos de la oficina e iniciamos el recorrido de La Paz a Los Cabos. Pero, la tristeza, no tardó en hacerse presente, en las primeras horas del día siguiente.
Aunque sabíamos que una gran amiga de nuestra familia, padecía una seria enfermedad, nunca pensamos en que la gravedad era tanta que estaba prácticamente al borde de la muerte. Más el sábado muy temprano, nos enteramos de la infausta noticia: Doña Ninfa, había fallecido. María Ninfa Villa Viuda de Viveros, temprano, ese sábado 27 de febrero, partió hacia la eternidad, como dijo el sacerdote oficiante de su misa de cuerpo presente en Catedral, el día dedicado a la Vírgen María; para los mexicanos, María de Guadalupe.
Inmediatamente, a mi esposa, a mi madre y a mis hijos, nos invadió la tristeza, porque tuvimos la fortuna de conocerla y tratarla, y conocimos algunas cosas muy bellas de su vida. Y porque con todos sus hijos nos une una entrañable amistad, lo que es una situación que así como compartimos triunfos, con nuestros amigos, también su dolor nos duele. Mayormente con Víctor Viveros Villa, el hijo mayor, que es dos veces mi compadre, padrino de dos de mis hijos: Christian Jesús y Domingo Valentín; el Kiwi y el Chomy, como cariñosamente los apodé.
Inmediatamente llamé a mi compadre Víctor y enseguida a Martín, para darles el pésame. Fui, como pude, a casa de mi compadre, a expresarle mis condolencias y a compartir ese momento de dolor por la pérdida de su señora madre. Al principio, mi compadre, con mucha fortaleza me relató los pormenores de la grave enfermedad de su mamá, el cómo la vio sufrir y sufrió con ella los últimos días, aún cuando tenían la esperanza y le hicieron médicamente la lucha que humanamente se debía, pero su destino estaba trazado, y no se pudo más. Me dijo de la fortaleza de su madre ante la enfermedad, la que asumió con resignación, y tuvo la fortuna de hablar con sus hijos, de pedirles que asumieran esta circunstancia, como lo hacía ella, con la fe en Cristo Jesús, porque se iba tranquila, con la esperanza del encuentro con sus seres queridos en la vida eterna; les pidió que siguieran unidos, ayudándose unos a otros, acrecentándose en la fe cristiana y a mantenerse férreos como una gran familia, que lo son: a recordar que Mamanin, como cariñosamente, le llamaban sus hijos, nietos y bisnietos, porque ella estaría con ellos siempre.
Después de unas palabras de aliento con mi compadre, de un abrazo fraternal y prolongado, con ese pesar de ver el dolor en mi amigo y compadre, salí de su casa. Iba caminando y recordando a Doña Ninfa: una mujer de complexión delgada, morena, de grandes ojos, cabello corto y cano, no tanto para sus ochenta y tantos años de edad, que fue el sostén, la fuerza de su familia, ante la temprana pérdida de su señor esposo, hace más o menos cuarenta y cuatro años: Don Arcadio Viveros, quien falleció repentinamente, tras una corta y leve enfermedad, en su casa, de Morelos y Aquíles Serdán, en el centro de La Paz, debido a una inyección que quizás en mal estado, le provocó su deceso. Su numerosa familia: Víctor Arcadio, Lupita, Martín, Francisco, Teresa, Ninfa, quedaron muy pequeños, en la edad de la escuela, pero con los esfuerzos, la tenacidad y la perseverancia de su mamá, salieron adelante, como buenos profesionistas y ciudadanos responsables.
Doña Ninfa, consolidó a su familia, aún ante la dificultad de perder al esposo proveedor, al padre de sus hijos que dimanaba fortaleza física y de carácter, con tres pilares fundamentales: su consagración al trabajo, a la fe y a sus hijos.
Su trabajo lo desempeñó por más de treinta años en el Colegio La Paz, precisamente, ubicado en la misma manzana, donde ella vivió hasta su último hálito de vida. Ahí se labró la amistad y el cariño de las religiosas que administran el Colegio y de sus compañeras y compañeros maestros y personal administrativo, que la trataron hasta hace unos meses que dejó de laborar ahí, con respeto y cariño entrañables.
Su fe católica, siendo activa en las labores de apoyo en la Catedral, Nuestra Señora de La Paz, participando en el coro de voces, el mismo que el pasado domingo por la mañana le despidió con los mismos cantos evangelizadores, a los que ella se entregó por varias décadas de servicio al prójimo y a la comunidad.
Y a sus hijos, porque su dedicación, su permanencia, su decisión infranqueable de dedicar su vida a ellos, como un compromiso de madre amorosa, de esposa fiel a la memoria de su difunto esposo, de mantenerse, sin ella proponérselo, como la matriarca de su familia atenta hasta al menor detalle, le redituó el mayor amor de ellos, y la erige como un ejemplo digno de ser seguido, de ser recordada siempre porque fue en vida una madre en toda la extensión de la palabra, y desde allá, ante la presencia de la luz vivificante que emana el rostro de Jesucristo, se ha encaminado a la eternidad, solamente adelantándose a los que seguimos agradeciéndole a Dios que nos mantenga con vida. Descanse en paz, nuestra amiga entrañable Doña María Ninfa Villa Viuda de Viveros.
Sus comentarios y sugerencias las recibo en mis correo: civitascalifornio@gmail.com; y valentincastro58@hotmail.com
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