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Pensar no cuesta, dejar de hacerlo cuesta caro!

-VII-
*La construcción personal del edificio intelectual
Este lunes por la tarde caminaba por la calle que circunda la Escuela Secundaria Mijares y me llamó la atención uno de sus varios pensamientos inscritos en una de sus paredes laterales: «Pensar no cuesta nada, pero dejar de hacerlo sale carísimo».
Eso me dio la pauta para recordar que algunos intelectuales críticos sostienen que, por lo general, el sistema educativo nacional no enseña(ba) a pensar, y que seguimos arrastrando el modelo memorístico, tipo catecismo, que en un tiempo fue impuesto por las circunstancias de un país que intentó salir del atraso, en el que ni la reflexión ni la investigación para el conocimiento eran prioridades- y por medio del cual aprendimos distintas generaciones que andamos cruzando el umbral de los cincuenta años, o más.
Claro, para pensar, y pensar bien, se necesita no solo adiestramiento y práctica, sino también capacidad neuronal que deviene de la herencia genética, o de las casualidades del cruce cromosómico al momento de la concepción, o de las ganas que cada quien le eche al asunto, o del destino….., o de tantas cosas que desconocemos.
Pero mientras que encontramos la piedra filosofal, o el secreto de los alquimistas, conocer y aprender a través de las experiencias que miles de personas han dejado plasmadas en los acervos documentales, desde las pinturas rupestres, los inicios de la escritura, hasta la invención de la imprenta y el uso de las computadoras y la internet, a quienes nos gusta la lectura, tenemos en ella un valiosísimo auxiliar para ejercitar nuestro pensamiento y aprender a pensar por esta vía.
En broma y en serio les digo, una y otra vez, a mi familia y a mis amigos, la obsesión que desde pequeño he tenido por los libros, y vaya que no puedo presumir mi procedencia de una familia de intelectuales, pero sí de quienes me estimularon a leer, o por lo menos, nunca obstaculizaron mi gusto por la lectura, que inició con las revistas de Kaliman, Chanoc, Memín Pingüín, y luego las de vaqueros, con los que sustituíamos el disfrute del tiempo de una época sin televisión, ni diversiones de la gran ciudad, pues gran parte del tiempo nos la pasábamos en los ranchos y ejidos donde vivían nuestros familiares, con las naturales carencias de aquellos tiempos.
Por eso, hoy con tanta facilidad para conseguir libros, incluso hasta prestados, dejo volar mis pensamientos, para imaginarme la riqueza cultural tan disponible, y sobre todo, la posibilidad de construir -o reconstruir- el edificio intelectual, si es que nos decidimos a hacerlo. Y me imagino la posibilidad, si de regresar el tiempo pudiéramos, para reconstruir nuestra historia a partir de colocar las bases y la estructura de nuestro edificio intelectual con los libros y su contenido, que hemos leído o quisiéramos leer para darle solidez a nuestras vidas, porque lo más lógico es que si queremos construir algo es para que perdure, y no sea derribado por cualquier viento del norte o algún temblor pasajero de esos que corren de la isla Santo hasta Cabo San Lucas, o de los microsismos que se registran -aunque las mineras como La Pitalla(sic), Los Cardones o sus panegiristas digan lo contrario- en la Sierra de La Laguna, que muchos lo vemos como el tinaco que Dios puso en nuestra casa común.
Así, si yo pudiera, comenzaría con el libro de libros: la Biblia; para cimentar el edificio intelectual personal, porque de lo poco que he leído, he podido comprender que lo primero que debimos -debemos hacer- es poner a Dios, por medio de su palabra revelada, en el centro de nuestra vida, en el centro de nuestro cerebro, en el centro de nuestro corazón, porque las cosas de la razón, parece ser que están más cerca del co-razón, que del cerebro. La Biblia, porque nos impregna también de sabiduría, la que los eruditos a través de la hermenéutica, buscan interpretar, pero que los creyentes no necesitan forzosamente de las herramientas científicas para encontrarla, sino solamente de la fe, para acceder al camino para su salvación.
Luego pudiera continuar con las paredes de ese edificio, porque avanzaría seguro teniendo los cimientos: para construir la pared hacia el lado Norte, tendría que poner varios libros como ladrillos: la «Visión de los Vencidos», de Miguel León Portilla; la «Historia de la Baja California» de don Pablo L. Martínez , las obras escritas por los jesuitas en su trabajo misional por la península; «En mis ratos de soledad», de Manuel Márquez de León; «Motivaciones y actores de la Revolución Mexicana», de Edith González Cruz; la «Historia General de México», de El Colegio de México; «Constitución y dictadura», de Emilio O. Rabasa; «El laberinto de la soledad», de Octavio Paz; «Pedro Páramo», de Juan Rulfo; «Los de abajo», de Mariano Azuela. Pero, ¿porqué estos libros para la pared del norte? Precisamente, porque al norte están los Estados Unidos de (norte) América y se trata no de cerrarnos intelectualmente ante la avalancha del norte, sino de apertrecharnos con el conocimiento de nuestro pasado histórico, para entender a nuestro país y entender a nuestros vecinos. Para levantar la pared hacia el Sur, utilizaría otros libros como ladrillos: «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez; «Veinte poemas de amor y una canción desesperada», de Pablo Neruda; «La fiesta del chivo», de Mario Vargas Llosa; «Rayuela», de Julio Cortázar. Pero, ¿porqué estos libros para la pared del sur?, Para entender a nuestros hermanos latinoamericanos, a los que hemos olvidado por el influjo del norte. Para poner la pared en el Este, utilizaría como ladrillos «Don Quijote de la Mancha», de Miguel de Cervantes Saavedra; «El Mío Cid», de autor anónimo; «El espíritu de las leyes», del Barón de Montesquieu; «Dos ensayos sobre el gobierno civil», de John Locke; «El contrato social» y «Emilio», de Juan Jacobo Rousseau; «La República», de Platón; «La Iliada y la Odisea», de Homero; «El Príncipe», de Nicolás Maquiavelo; «Introducción a la teoría pura del derecho», de Hans Kelsen; «Filosofía del derecho», de Luis Recaséns Sichens. Pero, ¿porqué estos libros para la pared del sur?. Para entender a quienes nos conquistaron, primero con los arcabuces y luego con las ideas del mundo occidental, y que se impusieron ante nuestra gente y nuestra cultura autóctona. Y para la pared del oeste, no necesariamente buscaría las novelas de vaqueros que nos recrean al viejo oeste estadounidense en las postrimerías de la colonización y las masacres con los nativos norteamericanos, sino que buscaría libros que nos sumergen en la cultura oriental, con sus fuertes dosis de budismo aderezado con las teorías cuánticas y la religiosidad cósmica como los títulos de Deepak Chopra…………. Y lamento decirlo: mi espacio se ha agotado.

Sus comentarios y sugerencias las recibo en mis correo: civitascalifornio@gmail.com; y valentincastro58@hotmail.com
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