-XIX-
*Fundación de La Paz, paceñidad, sudcalifornidad.
El 03 de mayo se cumplieron 486 años de que Hernán Cortés llegara a la bahía, al lugar que los nativos guaycuras llamaban Airapí, y que él denominó Santa Cruz, por ser el día alusivo.
Pero quien años más tarde la denominó La Paz, fue Sebastián Vizcaíno. Recomendable, para recordar y precisar, es uno de los más recientes libros de nuestro amigo Eligio Moisés Coronado, titulado «California del Sur para principiantes».
La Paz, desde 1830, es la capital de Baja California Sur. Uno de los estados con menor población absoluta y relativa; hasta hace unos años, el más tranquilo, con una de las mejores calidades de vida del país, y desde luego, uno de los más bellos. Junto a Quintana Roo, el último en adquirir la categoría de estado federal, y hasta cierto punto el que mantiene vastas regiones virginales e inexploradas, que lo hacen una tierra enigmática y de aventura.
No es inadecuado cultivar el orgullo por la tierra en que se vive, en la que se nace, y de las personas de las que se desciende. Aquí se ha mantenido esta tradición, particularmente quienes procedemos de ranchos, serranías y costas, un poco y hasta un mucho, alejados de las escasas ciudades que con el tiempo han venido desarrollándose. Esto nos da identidad, nos une, nos da vecindad, nos fortalece como comunidad.
Hace unos días presenciamos, por poco más de una hora, el recital que brindaron Guadalupe Pineda, Tania Libertad y Eugenia León, en el corazón de El Malecón, con motivo de las Fiestas de Fundación de La Paz, quienes nos deleitaron con bellas canciones. Extraordinaria alegoría, llena de recordatorios.
Un acto oficial con la presencia de autoridades, pero llamó la atención el público atraído hacia el evento, su comportamiento magro, sereno y en algún momento hasta demandante, por su actitud de seriedad, que no de festividad, por más esfuerzos que los animadores hicieron.
Por comparación, hay públicos distintos y niveles en su comportamiento, aún estemos en cualquier parte de Baja California Sur. Generalmente no se nos reconoce como bullangueros o excesivamente fiesteros, o públicos extrovertidos.
Cada pueblo del estado tiene lo suyo. La Paz, con el crecimiento demográfico, las crisis económicas, las ejecuciones imparables, los cambios políticos electorales y hasta los chubascos, sigue siendo La Paz. Y qué Diosidencia que Chayito Morales, la autora de nuestro emblemático himno, después del nacional, Puerto de Ilusión, haya rendido cuentas al Creador, el mero día en que se festeja la fundación de la ciudad a la que le entregó su corazón y su inspiración.
Nuestros abuelos, las viejas familias paceñas, y hay quienes aún señalan que en los siglos diecinueve y en los principios del veinte, raras eran las familias que en La Paz, San Antonio, El Triunfo y Todos Santos no hubiera un piano y alguien de la familia que cultivara sus notas. Célebre es la querida maestra, que nos distingue con su amistad, «Quichú Isais», quien hasta Viena llegó a prepararse en su vocación y talento por el piano, siendo a la fecha una de las mejores exponentes de este género musical en el país y reconocida en Europa. Lo vimos hace algunos años cuando un grupo numeroso de músicos europeos le prodigaron un reconocimiento, como nunca, en la Catedral de esta ciudad, con música sacra, como un excelso homenaje a su trayectoria. No obstante, la sentencia bíblica: «Nadie es profeta en su tierra».
Pero toda esta referencia es para ubicar el comentario en el sentido de lo que nos hace falta, y que debemos recuperar urgentemente. Cultura, arte, educación, investigación, cuidado de nuestros acervos documentales, todo esto que sirvan de nexo, de eslabón, entre las viejas generaciones, las actuales y las que se están forjando en el hierro de la sudcalifornidad, que no debemos permitir que sea avasallada por el olvido, el desdén, la falta de conciencia, los antivalores, la masificación, el materialismo, o las avalanchas de quienes ven esta media península solamente como negocio para sus ambiciones, y nos les importa depredar, destruir, contaminar naturaleza, mentes, espíritus.
Y hablo de La Paz y le sigo con Los Cabos, y puedo señalar los municipios de Comondú, Loreto y Mulegé, que conozco menos porque no he vivido en ellos, pero en todos, en cualquier pueblo o ranchería está presente -a veces latente- la sudcalifornidad, que se resiste a morir, y que se expresa de una y mil formas. Está en los rostros curtidos por el sol de nuestros rancheros, hombres y mujeres, en las manos agrietadas de agricultores y pescadores, en las cañadas, arroyos secos, aguajes y serranías como La Giganta, La Laguna, Las Tres Vírgenes, el Golfo de California, islas y costas, en fin.
¿Quiénes y cuando lo vamos a hacer, saliéndonos de la rutina olvidadiza? El meollo del asunto es que la sudcalifornidad, de la que la paceñidad es solo una muestra, se convierta con el esfuerzo de muchos en un movimiento colectivo.
#Sus comentarios y sugerencias las recibo en mis correo: civitascalifornio@gmail.com; y valentincastro58@hotmail.com