BURÓ POLÍTICO/FRENTE AL ESPEJO
POR ARIEL VILCHIS
Si el inteligente político se viera en la imperiosa necesidad de contestar como ciudadano de a pie, como ese ciudadano común que no come ni duerme con la política, ¿qué es lo que piensa de determinado político? la respuesta sería sencilla, sin cortapisas, sin palabras rebuscadas y sin darle muchas vueltas.
El ciudadano respondería directamente que es imposible pensar que un político cambie de la noche a la mañana, que cambie incluso de un año para otro lo que ha aprendido a lo largo de su vida y carrera profesional. Sobre todo si viene de una clase política con las más viejas mañas y manías de los políticos de antaño.
El ciudadano común no entendería cómo el político que un tiempo atrás pregonaba bondades de un sistema y que fue parte del andamiaje para el triunfo del mismo, hoy por hoy reniegue, acuse y señale que ese mismo sistema es la causa de los males que aquejan a la sociedad. Salvo quizá, porque no está enquistado en el mismo o simplemente porque nunca le dieron la oportunidad.
El ciudadano seguramente pensaría que las acusaciones al político sobre fraudes, secuestros y otras tropelías algo deben tener de ciertas. Al no aclararlas fehacientemente, el político deja entrever que no son falsas, que están ahí y que sí existieron.
Pero más allá de lo anterior – que quizá pese o a lo mejor no – el ciudadano se da cuenta que el político tropieza con sus propias palabras. Que entre más habla se enreda más en sus dichos discordantes, porque el político es bueno para hablar, bueno para vender, bueno para embaucar.
Es entonces cuando el ciudadano reconoce en el político a la misma figura que ha visto antes, al encantador de serpientes que utiliza el mismo truco una y otra vez. El mismo lobo pero ahora con piel de oveja, siempre con las mismas intenciones.
El ciudadano razonaría, sin lugar a dudas, que el político no es quien dice ser y por lo tanto no es distinto a aquellos a los que señala, no hay diferencia salvo por aquel plumaje multicolor que ahora posee.
Si el político se viera en la obligada necesidad de contestar como ciudadano, de frente al espejo, no podría confiar ni en su sombra. No le creería ninguna palabra a su interlocutor. A ese que le habla cuando mira la imagen que le devuelve el espejo. Es mi opinión, al tiempo…
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