ESTENTOR POLÍTICO
Miguel Ángel Casique Olivos
Hay que abrir las puertas al pueblo, aún estamos a tiempo #vertigos
Ha empezado, querámoslo o no, la temporada de campañas electorales, en las que los candidatos persiguen el voto popular. En 2021, el Instituto Nacional Electoral (INE) organizará el procesos electoral más grande y complejo de la historia de México; al menos 95 millones de ciudadanos acudirán a las urnas, cinco millones más de los inscritos en 2018.
El siete de septiembre comenzaron, formalmente tales procesos, para los que serán reclutados cerca de 1.5 millones de funcionarios de casilla. Se renovarán 21 mil cargos de elección popular, entre ellos 500 diputaciones federales, 15 gubernatura estatales, mil 63 diputaciones de 30 congresos locales y mil 926 ayuntamientos en 30 entidades.
En los últimos meses, sobre todo desde que comenzó la pandemia, la crispación y el encono entre el Gobierno Federal y otros actores políticos han subido de tono; hoy, el Presidente y su partido se han ganado el rechazo de políticos, gobernadores, legisladores, periodistas, empresarios, medios de comunicación, organizaciones civiles y sociales.
La crisis sanitaria y económica ha afectado mayoritariamente a los mexicanos más pobres; los contagios son ya más de 700 mil y los fallecidos superan los 75 mil; se han perdido varios millones de empleos e ingresos y crece la carencia en muchos casos absoluta, de dinero para adquirir alimentos, medicinas y otros artículos indispensables para la sobrevivencia.
Pese a la situación dramática que vive la mayoría de la población, los funcionarios públicos de las más altas esferas del poder político siguen sin atender al pueblo, olvidando que éste es el verdadero creador de la riqueza del país y como la única fuerza social capaz de cambiar el destino de México.
Hoy se manifiestan algunas voces inconformes, pero sin convocar abiertamente al resto de la población. FRENA instaló su plantón en las avenidas Juárez y Reforma y ha denunciado atinadamente los errores del Presidente y su gobierno.
Hace unos días, en un manifiesto público, más de 650 intelectuales exigieron a López Obrador respeto a la libertad de expresión: “El Presidente profiere juicios y propala falsedades que siembran odio y división en la sociedad mexicana. Sus palabras son órdenes: tras ellas han llegado la censura, las sanciones administrativas y los amagos judiciales a los medios y publicaciones independientes que han criticado a su gobierno”.
Esas manifestaciones de inconformidad tienen de su lado la razón política; son congruentes con la realidad del país, pero olvidan u omiten la situación en extremo crítica que hoy padecen los campesinos, los obreros, las amas de casa y los estudiantes pobres que, pese a que integran la masa popular grande de México, parecen no estar participando en el debate político nacional. Es decir, los sectores sociales de las clases media alta y alta niegan u ocultan la realidad de los más pobres del país para no generarle ruido y no molestar al poderoso en turno.
¿Será esto casual o hay gato encerrado? Sin escudriñar mucho, es posible afirmar que la clase política de oposición teme darle voz al pueblo marginado, que cuenta con millones de voces genuinas, denuncias contundentes de su situación dramática y, desde luego, ideas y propuestas de solución viables a los graves problemas que enfrenta el país.
Pero ya vienen las campañas electorales y los políticos saldrán a buscar al pueblo: a ése que antes ignoraron cuando proponía formar un frente popular para contrarrestar las arbitrariedades del Gobierno Federal, de Morena y del proyecto dictatorial de López Obrador; a ése que antes ignoraron cuando propuso un cambio claro y asequible para mejorar la vida de todos los mexicanos.
Hoy no es momento de ignorar a los 130 millones de mexicanos. Los tiempos exigen y piden a gritos que el pueblo sea considerado; que los políticos abandonen sus viejos moldes y esquemas y lo convoquen; que se escuche a todas las corrientes y organizaciones sociales auténticas para generar respuestas y caminos nuevos de prosperidad. El pueblo debe participar en una nueva forma de gobierno y los políticos deben olvidar, definitivamente, que solo existe para emitir votos cada tres y seis años.
Cerrar y endurecer los oídos a los reclamos y las propuestas del pueblo significa caer en la prepotencia y en el menosprecio, en cuyo cauce ya se escucha el estruendoso rugir de un río humano inconforme, maltratado y furioso que llegado el momento arrasará con todo a su paso. La simpatía, el calor y su fuerza imbatible están con su enojo. Al pueblo se le tienen que abrir las puertas y considerarlo. Quién lo haga, no se arrepentirá, ni ahora ni en el futuro. Por el momento, querido lector, es todo.