La amistad es uno de los más divinos tesoros que el ser humano puede aquilatar. Y hoy con esta entrega quiero patentizar mi imperecedero agradecimiento a un gran amigo, eminente médico cirujano y coloproctólogo, a quien después del Creador le debo haberme sanado de un serio padecimiento, que gracias a la conjunción de distintos factores, me evitó males mayores, y me han permitido estar aquí, con más madurez, afianzando mi fe y disfrutando de mi familia, amigos y circunstancias que el destino me ha deparado.
Era el año de 1994 y Luis Donaldo Colosio era candidato presidencial del PRI, en lo que se vislumbraba una exitosa campaña electoral, opacada en marzo de ese año, como nunca en la historia, con el magnicidio conocido. Tan lo recuerdo: yo presidía la fundación priísta Cambio XXI.
Yo salía de mi casa temprano para acudir al Congreso del Estado, donde era asesor. Un malestar estomacal me hizo regresar, pero no era algo pasajero ni fortuito. Asustado, acudí a mi pariente el doctor Francisco Javier Carballo Lucero, a quien también lo distinguió su gusto por la escritura, la historia y la política. Le dije lo que me había pasado, y enseguida me recomendó con su amigo el doctor Torres González, con quien conseguí una cita inmediatamente. Me puse en sus manos, primero Dios, y después de diversos análisis que constataron el padecimiento no grave, comencé el tratamiento, muy confiado en la experiencia y la sapiencia médica del doctor Torres.
En ese tiempo él consultaba en la Clínica del ISSSTE de La Paz, pero acudí a consulta particular en el centro de la ciudad.
Desde luego que nunca lo había tratado, aunque iba bien recomendado por Carballo Lucero, y a primera vista, me pareció de gesto adusto, duro en sus expresiones, pero convincente por su seguridad y aplomo. Después, sin investigarlo, constaté que ese era su carácter que lo externaba con fuertes palabras que más que molestias, ocasionaban sorpresa, rompían el hielo y facilitaban el ambiente con sus pacientes, que por lo general acudían con padecimientos serios a buscar alivio a sus males; y al cabo de unos escarceos, la amistad y el afecto afloraban en la relación médico-paciente, que infinidad de veces, que se cuentan por cientos, enfermos lograron la salud, como ha sido mi caso.
De paciente pasé en pocos años, a cultivar una relación de amistad con el doctor Torres, por las afinidades en su forma de ser, en su apego a Baja California Sur como su tierra adoptiva, en su desinterés por el lucro y el beneficio personal, en sus convicciones por la honestidad en la política, su franqueza para manifestar sus ideas y luchar por ellas, y su compromiso abierto, claro y valiente, para defender esta tierra de los depredadores, de la contaminación, de la corrupción desde el gobierno, de la ruindad de quienes se dicen profesionales y traicionan sus juramentos y compromiso social y buscan amparados en una noble profesión, gloria, fama, dinero y poder.
Así conocí a mi entrañable amigo doctor Torres, y así lo sigo tratando: una amistad que inició de mi circunstancia de enfermedad, que en estos veintidós años ha transitado a la fraternidad, al afecto y a la familiaridad. Sé que no soy el único de sus pacientes que ha tenido esta evolución en su vida, y me siento orgulloso de ser su amigo, y alabo la Dios-idencia, de haber caído en sus manos, porque acepto que la enfermedad o su sola amenaza, personal y familiarmente o de mis amigos, me deprime, me desalienta y me coloca en una situación de vulnerabilidad. Pero en este caso, como con otros amigos médicos, Víctor Hugo Castro Aguilar y Horacio Mayer, sus palabras de aliento, de comprensión, me han dado la confianza y la fortaleza necesarias, para seguir activo, aplacar mis temores y seguir hasta donde Dios me lo permita.
En estos años de ser paciente, amigo y familiarizarme con el doctor Manuel Torres, he conocido de sus experiencias que ha tenido en más de cincuenta años de ejercer la medicina. Michoacano de origen, egresado de la UNAM, preparado en su juventud en colegios católicos, fue uno de los primeros proctólogos con estudios de posgrado y cursos de actualización en distintas partes del mundo, incluyendo Gran Bretaña. Muy joven llegó a Baja California Sur, y no solo esta tierra lo enamoró, sino una mujer todosanteña, con quien formó una extraordinaria familia, donde dos de sus hijos son médicos, como su padre.
En el Centro Médico Nacional, si mal no recuerdo, donde hizo residencia de su especialidad, fueron miles los casos que analizó y que le dieron la sabiduría, la pericia y las habilidades, para procurar la salud, en cientos, tal vez algunos miles, de pacientes porque inmediatamente después de llegar aquí antes de ser Estado, se dio cuenta de los serios y recurrentes padecimientos del intestino grueso de muchos paisanos nuestros, incluyendo al que esto escribe. Su prestigio pronto se hizo notar, lo que trascendió las fronteras nacionales, toda vez que una compañía estadounidense le enviaba a sus enfermos para que los atendiera.
Presidente del Colegio de Médicos, y en su especialidad, organizador de foros y congresos nacionales e internacionales en la entidad y en México, viajero persistente para estar al día en las técnicas, medicamentos y equipos para su especialidad, el doctor Torres es una referencia obligada para distintas instituciones nacionales y extranjeras con quienes mantiene comunicación y disfruta de amistades connotadas. Aún así, con todo este prestigio, la sencillez y su amor por su profesión, en distintas ocasiones el doctor Torres rechazó a dos o tres gobernadores la oferta de un cargo público, especialmente ser Secretario de Salud, simplemente porque él no es político a la usanza sectaria, la que detesta la población. Eso sí, no le ha temblado la voz, ni las piernas, para salir a la calle a luchar contra la mega-minería tóxica que sigue amenazante en La Paz, a causa de los corruptos de dentro y de fuera del gobierno, siendo uno los más valientes exponentes.
En algunas ocasiones le he insistido en que me permita conocer más de su vida profesional, leer sus escritos, porque es un apasionado idealista y escritor, y al modo, las circunstancias nos siguen ganando la partida. En su casa, en su modesto consultorio, desde hace tiempo jubilado, y donde ante el menor padecimiento está pronto a consultarme, la sencillez contrasta con sus conocimientos que ha demostrado sin vanagloriarse, cuando la salud del paciente se hace presente, y su satisfacción de saberlo constituye su paga. Recuerdo una de las últimas veces que le dije: «Querido doctor, ¿cuánto le debo?». Airado me contestó: «¡Mira, maldito, no me vuelvas a decir eso porque te voy a mandar…! Tú ya no eres mi paciente, eres mi amigo y como familiar te veo. Lo único que quiero es que te alivies.»
Ante esa evidencia, apenado pero regocijado de sus palabras, no tuve más que reírme y darle un fuerte abrazo. También sé que no soy el único a quien le ha otorgado su amistad, desinteresada y de corazón.
Ahora, porque el espacio se me acaba, quiero con estas breves palabras, expresar mi reconocimiento a mi amigo doctor, a su familia. Y agradecerle a Dios la oportunidad de conocerle y gozar de su amistad. Y como seres humanos, proclives a la enfermedad, finitos en el tiempo, agradecerle a Dios que nuestro amigo, hace unos días sometido a una intervención quirúrgica de urgencia, pasó la prueba y se recupera exitosamente de un serio padecimiento, gracias también a las manos de un excelente equipo de médicos, igual que él, pero sobre todo a las manos de Dios.
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