Sapos, ranas, salamandras, ajolotes y cecilias revelan el estado de conservación de los ecosistemas.
A nadie convendría que se apagara para siempre el nocturno y ronco canto de los sapos de piel rugosa y paso lerdo, ni que dejaran de croar las brillantes y coloridas ranas lisas y húmedas, trovas que presagian lluvias y significan el cortejo a las hembras listas para el apareo en bosques, lagos, arroyos, ríos, selvas, matorrales, e incluso desiertos.
Y sería amargo el día en que desaparecieran de la faz de la tierra las coloridas salamandras que mágicamente reponen cualquier extremidad perdida, o que ya no encontráramos en ningún sitio a los sorprendentes ajolotes que aún nos miran con ojos curiosos bajo los espejos de agua cenagosa.
Pese a estar cada vez más lejos de las grandes urbes y más cerca del peligro, ranas, sapos, salamandras, ajolotes y cecilias conforman la clase de especies anfibias, pequeña fauna que en alguna fase de su vida transita del medio acuático al terrestre, o viceversa, y cuya presencia, escasez o ausencia revela el estado en que se encuentran los ecosistemas a consecuencia de la pérdida de hábitat, el calentamiento global, la contaminación, las especies invasoras, la sobreexplotación, el tráfico de especies y las enfermedades que afectan gravemente a sus poblaciones, como la quitridiomicosis.
Emblemática muestra de la situación de los anfibios de México es el ajolote (Ambystoma mexicanum), curiosa especie endémica del sistema lacustre del valle de México y prominente en la cultura mexicana. Se le relaciona con Xólotl, hermano del dios azteca Quetzalcóatl, y con el movimiento y la vida pues, según la mitología, logró distintas metamorfosis para escapar de la muerte hasta convertirse en el pez axólotl. El prefijo átl-, significa agua, por lo que al ajolote se le llama también “monstruo acuático”.
De cabeza ancha y ojos redondos sin párpados, branquias (además desarrolla pulmones), patas cortas y cola en forma de aleta que utiliza al nadar, “el pez caminante” o ajolote está clasificado “en peligro crítico” en la Lista Roja de la UICN, principalmente por la reducción de su hábitat y la contaminación del lago y los canales de Xochimilco, en la Ciudad de México, el ajolote tiene un área protegida en el Parque Ecológico de Xochimilco y aparece con categoría de “protección especial” en la NOM 059-SEMARNAT.
En 2004, tras realizar una evaluación global de los anfibios, la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza dio a conocer que entre un tercio y la mitad de los anfibios se encuentran en peligro de extinción, y que unos 120 linajes de esas especies ya han desaparecido del planeta.
Ante tantas amenazas para esta fauna, el organismo declaró el 28 de abril como Día Mundial de los Anfibios, con el fin de que se reflexione acerca de la problemática que devasta a estos vertebrados, además de fomentar el conocimiento sobre su diversidad y así incrementar el interés del ciudadano en estos animales.
Los anfibios desempeñan funciones importantes en los ecosistemas: transfieren nutrientes de medios acuáticos a terrestres y controlan las plagas de insectos, lo que es de capital importancia ya que una eventual desaparición de esta fauna provocaría un incremento en las poblaciones de insectos transmisores de enfermedades como la malaria, dengue y fiebre amarilla.
En su papel de indicadores ecológicos, los anfibios revelan el estado de un ecosistema al ser los primeros afectados del deterioro ambiental y los efectos de la contaminación, lo que se ha vuelto cada vez más frecuente desde finales de los años ochenta por los descensos dramáticos en las poblaciones de estos animales en todo el mundo. La ausencia de ejemplares de esta familia representa una de las amenazas más importantes para la biodiversidad mundial.
Los anfibios constituyen un grupo ecológicamente importante de 6 mil 333 especies en el mundo, de las cuales México posee alrededor de 360. El 60% de estas son endémicas, por lo que nuestro país ocupa el quinto puesto entre los países con más diversidad de anfibios.
El 70% del endemismo de los anfibios mexicanos se concentra principalmente en zonas restringidas, como las islas del Golfo de California, la Sierra Madre del Sur de Guerrero y Oaxaca y el Eje Volcánico Transversal, exclusividad y ubicación que las coloca como especies prioritarias para la conservación, aunque todavía no se les considere oficialmente en riesgo, advierten los expertos Santos Barrera G.; J. Pacheco y Gerardo Ceballos, en La Conservación de los reptiles y anfibios de México.
Según los científicos mencionados, 613 especies, que corresponden al 53% de reptiles y anfibios de México, ya presentaban algún grado de amenaza en 2004. Y precisamente en las principales reservas del país encontraron que la situación de unos y otros era más apremiante que la de mamíferos y aves, ya que solo un pequeño número de especies estaba protegido.
Los cinco sitios de anfibios más importantes de México son la Reserva de la Biósfera de Los Tuxtlas, en Veracruz, con 145 especies; la Reserva de la Biósfera Sierra Gorda de Querétaro, con 98; el Área de Protección de Flora y Fauna Islas del Golfo de California, con 89; la Reserva de la Biósfera Tehuacán-Cuicatlán, en Oaxaca, con 51; la Reserva de la Biósfera Chamela-Cuixmala, en Jalisco, con 40, y el Área de Protección de Flora y Fauna Cañón de Santa Elena, en Chihuahua, con 28 especies de anfibios y reptiles.
Los biólogos mexicanos consideran imperativo aumentar el número de áreas naturales protegidas con el fin de preservar todas las especies de anfibios, en especial los endémicos de México y aquellos que están en peligro de extinción.
La protección de los anfibios se prevé en la NOM-059-SEMARNAT-2010 y en la lista roja de la IUCN, con el apoyo de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).